Mañana tal vez despierte y sonria por haber pensado despertar...

2007-06-20

Pecado original

Me gustan tus ojitos de infante mirándome con cara de: ¿Me quieres?. Si sabes que si, porqué nunca me lo preguntas. Es un poco paradójico, porque yo tampoco soy capaz de hacerlo. Tampoco lo tengo tan seguro y ni me interesa. Pero me gusta inventar las mil maneras de conseguir tu cariño y me gustan aún mas tus maneras de demostrarlo. Me río ingenua de imaginarte en alguna perversión, es imposible, pero alentador. Te veo tan niño y a la vez tan salvador; y si un día pudiera besarte en los labios, esos labios sagrados, que para mi parecen vírgenes, me persignaré hacia el cielo y daré las gracias por el favor concebido. Pero luego, tal como lo planeamos, le diré al diablo que haga su parte. Porque para tu desgracia, eres un ser divino, pero yo no. Tengo un pacto secreto con el pecado de sentirte en mi piel y le pido perdón a tu inocencia, le pido perdón a tu ignorancia y le pido perdón a tu madre inmaculada. Ya que quizás por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa te quite la gracia divina y te transforme en mi simple mortal.

El amor eterno (?)



El color del pasto era como pistacho, corto y suave. El aire remecía sus cabellos y los míos. Mirábamos ese celeste galáctico del cielo, como embobados entre su ternura, la mía y el sol. Las horas pasaban sin apuro. Es el verano en la playa lo que produce efectos extraños en el pasar del tiempo. Una eternidad que podría capturarse para siempre. Un amor que podría sentirse todas las mañanas.

Inmóviles, estáticos y pensantes. Nuestros pensamientos eran uno sólo: un te amo constante, un quiero pasar toda mi vida junto a ti. Todo aquello sin palabras, sin contacto, sin ningún tipo de insinuación. A veces nos levantábamos de ese estado de catarsis para besarnos y susurrar algo lindo, salido del alma, salido del cielo, salido de alguna fuerza extraña de nuestro cerebro y corazón. Llegaba la tarde y nos parábamos de nuevo a caminar por el litoral, a volver a enfrentar a la gente, de la mano, con orgullo de nuestras manos, como un trofeo de cariño, felicidad y tolerancia.

Nos encontrábamos con sus padres entonces, porque sí, éramos un amor adolescente. Esos amores que se vigilan para que no lleguen al desborde de la locura, a la irresponsabilidad de una exploración pasional, a un error que ni siquiera los adultos saben muy bien porque prevenir. Volvíamos a la cabaña, lo acompañaba con su familia y como una buena hija más, llegué a amar hasta sus padres. Dormíamos y despertaba con él a mi lado, queriendo que aquello, fuese también, una eternidad.

La palabra perfección nunca tuvo tal similitud en mi vida y la felicidad no la comprendía hasta aquel entonces. Cada día se repetía aquel ciclo de magnificencia. Como de pronto aparecíamos en el pasto pistacho, con el cielo galáctico, con la utopía en nuestras mentes de no separarnos jamás. Y entonces nos parábamos, nos tomábamos de las manos y caminábamos con orgullo. Sin embargo, de pronto, por aquel litoral, rumbo al encuentro con sus padres, le pedí que nos detuviéramos. Lo sentí de nuevo. Comencé a llorar, como cada vez que sucedía y como siempre, la luna o el sol, dependiendo del caso en que me encontrara, me observaban atónitos e interrogantes, mientras mis lágrimas intentaban explicar algo más.

Nuestras facciones cambiaban notablemente y su molestia se hacia evidente, intentaba evitarlo, pero no podía. Esta situación no necesitaba mayor extensión de palabras. Ambos sabíamos muy bien lo que sucedía. Ambos sabíamos que era imposible que no sucediera, por lo menos yo, que era quien sufría de estas crisis emocionales cada vez que estaba a su lado. Ahora comprendo, como interiormente siempre existen mecanismos de defensa, en contra de la terquedad de nuestro corazón. Siempre supe que es imposible perdonar un engaño de tal magnitud. Pintarle las alas de ángel a alguien que jamás intento serlo, era demasiado ingenuo. Y mi cuerpo reclamaba y mis ojos lo exigían. Las imágenes pasaban tristes por mi mente, como queriendo trascender hacia su propia mente, para que sufriera como yo. No por venganza, no. Más bien para sentir comprensión, de una vez por todas.

Sin embargo, sus acciones en ese momento siempre fueron las perfectas, tomaba mis manos y susurraba palabras gloriosas mientras me miraba fijamente a los ojos. Pero siempre el frío fue capaz de decir más verdades que su propia boca, que sus propios ojos, como si esos ojos hubiesen sido capaces de engañarme alguna vez. Y lamentablemente sí, lo fueron. Todo su cuerpo fue capaz de tenerme en este estado, pensaba, mientras empapaba mis mejillas y lo miraba de frente, a sus ojos. ¡Cuánta barbaridad pensaba en esos instantes!. Mientras él seguía observándome pacientemente a que dejara de inventar improperios respecto a su persona. Al parecer ambos éramos igual de ingenuos, pues el dolor no se opaca por una semana en la playa. Pero debía hacerlo, no tenia otra opción. Estaba aislada en una cabaña con él y su familia. Y por buscar mi armonía mental fue entonces, cuando de nuevo, por enésima vez cedí a obviar mi situación. Sequé mis lágrimas, le sonreí hipócritamente y le dije: Ya pasó. No paramos de aquel mirador. Sonriéndonos, prometiéndonos el amor eterno. Ese que nunca ha existido, ese que concientemente sabíamos que no tenia diseño para nosotros dos.

Como Cenicienta...

Me como una marraqueta pelada y un poco dura, porque tengo hambre y me lo dio mi abuelita, es pobre y yo chica. Soy feliz comiendo eso y viendo la tele con mi primo grande. Los Supercampeones. Yo preferiría cambiar el canal, pero él es más grande y siempre me molesta si le dirijo la palabra, dice que soy fea y que mis papás no me quieren. Estoy llena de gente, pero me siento sola en esta casa. Soy chica, lo sé, y no me doy cuenta de todas las cosas que pasan. Ahora a mi primo lo retan por desenterrar los huesos de un gato de nuestra prima mayor, un poco extravagante también, porque enterró a su gato muerto y le hizo una misa. A veces me pongo bolsas en los zapatos y me creo Cenicienta. Se me perdió una bolsa, imagino príncipes y vestidos reales. Pero estoy en una casa donde no hay nada más que familia, común y corriente, familia, buena y mala, familia. Reviso el buzón cada cinco minutos, sueño que llegue una carta de color naranjo, y que sea para mí, pero en esta casa no hay nada para mí. Estoy llena de gente, pero en realidad estoy sola. Soy chica y no me doy cuenta de todas las cosas. Mi tío me lleva a su pieza todos los días, me dice que me quiere y que tenemos un secreto. Se hace tarde. Tocan la bocina. Por fin me voy, llego mi papá.

Tan dulce.



Es extraño cuando la vida pareciera como una bolsita de Chubis. Si, saben todos iguales, aunque sean de muchos colores. Me da la impresión de que todos son bonitos, redondos y divertidos. Y si, los quiero probar todos, disfrutarlos todos, pero que más da, si al fin y al cabo son todos iguales, tienen el mismo sabor.


Me acuerdo de un dulce que venia mascado cuando era chica, con un pedazo menos. Me dan risas esas situaciones en la vida, como si siempre gente que no conocieras te quita lo que es tuyo, y tú, ¿Qué puedes hacer? Nada, es simplemente un dulce y viene de fábrica, ojo con eso.
También me gusta comer Frugeles, porque cuando estoy triste pareciera que el azúcar de arriba trajera granitos de sonrisas y mientras más comes, más cosquillas te dan en el alma.

El chocolate, en cambio, es un placer culpable, tiene el temor de las espinillas y las calorías extras, pero el éxtasis de su sabor no se compara, es como hacer el amor con la persona que amas, como si algún día la encontraras y te dijera: ¿Sabes? Hoy día lo haremos con sabor a menta, relleno con salsa de guinda, y así una infinidad de sorpresas. Tan dulces. La vida es tan dulce, pero no siempre es bueno: la sobredosis de dulzura te lleva a no asumir lo amargo de una naranja en mal estado, de comerte una fruta podrida, un kiwi inmaduro y destáquese que amo los kiwis, uno inmaduro es una pesadilla en mi papilas gustativas.


Ahora tengo ganas de comerme un pastel, de probar uno francés en el Le Fournil o un pastel medio extraño, como tú, que me haces feliz y al mismo tiempo culpable. Y sí, soy conciente, lo dulce hostiga y es por eso que de todas maneras prefiero quedarme con gusto a poco cada vez, para desearte siempre y de otros sabores. Con crema pastelera o chantilly, me da lo mismo. Pero desearte cada vez que no estas, probar un pedacito y saber que quedas para el próximo encuentro, cuando llegue cansada, hambrienta y le comente a mis amigas: que antojos tengo de comer algo dulce.


Pero una cosa amor, lo único que te pido, es que no te vuelvas Chubis.

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