Mañana tal vez despierte y sonria por haber pensado despertar...

2007-06-20

El amor eterno (?)



El color del pasto era como pistacho, corto y suave. El aire remecía sus cabellos y los míos. Mirábamos ese celeste galáctico del cielo, como embobados entre su ternura, la mía y el sol. Las horas pasaban sin apuro. Es el verano en la playa lo que produce efectos extraños en el pasar del tiempo. Una eternidad que podría capturarse para siempre. Un amor que podría sentirse todas las mañanas.

Inmóviles, estáticos y pensantes. Nuestros pensamientos eran uno sólo: un te amo constante, un quiero pasar toda mi vida junto a ti. Todo aquello sin palabras, sin contacto, sin ningún tipo de insinuación. A veces nos levantábamos de ese estado de catarsis para besarnos y susurrar algo lindo, salido del alma, salido del cielo, salido de alguna fuerza extraña de nuestro cerebro y corazón. Llegaba la tarde y nos parábamos de nuevo a caminar por el litoral, a volver a enfrentar a la gente, de la mano, con orgullo de nuestras manos, como un trofeo de cariño, felicidad y tolerancia.

Nos encontrábamos con sus padres entonces, porque sí, éramos un amor adolescente. Esos amores que se vigilan para que no lleguen al desborde de la locura, a la irresponsabilidad de una exploración pasional, a un error que ni siquiera los adultos saben muy bien porque prevenir. Volvíamos a la cabaña, lo acompañaba con su familia y como una buena hija más, llegué a amar hasta sus padres. Dormíamos y despertaba con él a mi lado, queriendo que aquello, fuese también, una eternidad.

La palabra perfección nunca tuvo tal similitud en mi vida y la felicidad no la comprendía hasta aquel entonces. Cada día se repetía aquel ciclo de magnificencia. Como de pronto aparecíamos en el pasto pistacho, con el cielo galáctico, con la utopía en nuestras mentes de no separarnos jamás. Y entonces nos parábamos, nos tomábamos de las manos y caminábamos con orgullo. Sin embargo, de pronto, por aquel litoral, rumbo al encuentro con sus padres, le pedí que nos detuviéramos. Lo sentí de nuevo. Comencé a llorar, como cada vez que sucedía y como siempre, la luna o el sol, dependiendo del caso en que me encontrara, me observaban atónitos e interrogantes, mientras mis lágrimas intentaban explicar algo más.

Nuestras facciones cambiaban notablemente y su molestia se hacia evidente, intentaba evitarlo, pero no podía. Esta situación no necesitaba mayor extensión de palabras. Ambos sabíamos muy bien lo que sucedía. Ambos sabíamos que era imposible que no sucediera, por lo menos yo, que era quien sufría de estas crisis emocionales cada vez que estaba a su lado. Ahora comprendo, como interiormente siempre existen mecanismos de defensa, en contra de la terquedad de nuestro corazón. Siempre supe que es imposible perdonar un engaño de tal magnitud. Pintarle las alas de ángel a alguien que jamás intento serlo, era demasiado ingenuo. Y mi cuerpo reclamaba y mis ojos lo exigían. Las imágenes pasaban tristes por mi mente, como queriendo trascender hacia su propia mente, para que sufriera como yo. No por venganza, no. Más bien para sentir comprensión, de una vez por todas.

Sin embargo, sus acciones en ese momento siempre fueron las perfectas, tomaba mis manos y susurraba palabras gloriosas mientras me miraba fijamente a los ojos. Pero siempre el frío fue capaz de decir más verdades que su propia boca, que sus propios ojos, como si esos ojos hubiesen sido capaces de engañarme alguna vez. Y lamentablemente sí, lo fueron. Todo su cuerpo fue capaz de tenerme en este estado, pensaba, mientras empapaba mis mejillas y lo miraba de frente, a sus ojos. ¡Cuánta barbaridad pensaba en esos instantes!. Mientras él seguía observándome pacientemente a que dejara de inventar improperios respecto a su persona. Al parecer ambos éramos igual de ingenuos, pues el dolor no se opaca por una semana en la playa. Pero debía hacerlo, no tenia otra opción. Estaba aislada en una cabaña con él y su familia. Y por buscar mi armonía mental fue entonces, cuando de nuevo, por enésima vez cedí a obviar mi situación. Sequé mis lágrimas, le sonreí hipócritamente y le dije: Ya pasó. No paramos de aquel mirador. Sonriéndonos, prometiéndonos el amor eterno. Ese que nunca ha existido, ese que concientemente sabíamos que no tenia diseño para nosotros dos.

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